“Conviértanse y crean en la Buena Noticia”
(Mc. 1,15)
Con la llegada de Jesús despunta una nueva era, la de la gracia y la
salvación. Sus primeras palabras son una invitación a abrazar esta novedad, el
Reino de Dios que el pone al alcance de todos, cerca de cada uno.
E indica enseguida el camino: convertirse y creer en el evangelio.
Es decir, cambiar radicalmente de vida y aceptar la palabra que Dios, a través
de Jesús, dirige a la humanidad de todos los tiempos.
La conversión y la fe caminan a la par. No se da la una sin la otra,
pero ambas nacen por el contacto con la palabra viva, con la presencia de Jesús
que, hoy también, le dice a la multitud, “Conviértanse y crean en la Buena
Noticia”.
La palabra de Dios acogida y vivida provoca un completo cambio de
mentalidad (=conversión). Lleva a los corazones de todos, los sentimientos de
Cristo ante las circunstancias, las personas y la sociedad.
¿Cómo puede realizarse el milagro de una profunda conversión, de una
fe nueva y luminosa? El secreto está en el misterio que encierran las palabras
de Jesús. No se trata de simples exhortaciones, sugerencias, indicaciones,
directivas, órdenes o mandatos. En la palabra está presente el mismo Jesús, que
habla y nos habla. Sus palabras son él mismo.
Por eso en la palabra Lo encontramos. Al recibirla, tal como Él lo
quiere (es decir, dispuestos a ponerla en práctica) somos uno con Él, que puede
nacer y crecer en nosotros. Podemos y debemos acoger la apremiante y exigente
invitación.
Alguien podría considerar que las palabras del evangelio son
demasiado altas y difíciles, muy distantes de la manera de vivir y de pensar
corrientes, y sentir la tentación del desaliento. Pero esto se da si uno piensa
que debe mover la montaña de la incredulidad por sí mismo. Bastaría con
esforzarse por vivir, aunque más no sea, una palabra del evangelio, para
encontrar una ayuda inesperada, una fuerza única y una luz para caminar (cf.
Salmos 105 y 118). Al comunicarnos con una palabra del evangelio nos
encontramos con una presencia de Dios que libera, purifica, convierte, comporta
consuelo, alegría y sabiduría.
¡Cuántas veces esta palabra puede iluminar nuestra vida cotidiana!
Cada vez que nos encontramos con nuestras debilidades o con las de los demás,
cada vez que nos parece imposible o absurdo seguirlo a Jesús, cada vez que las
dificultades parecen abatirnos… ésta palabra puede hacernos remontar, darnos
una bocanada de aire fresco y un estímulo para volver a comenzar.
Bastará una pequeña y rápida “conversión” para salir de la oscuridad
de nuestro yo y abrirnos a Dios, para experimentar la vida verdadera.
Si además podemos compartir esta experiencia con alguna persona
amiga que también haya hecho del evangelio su código de vida, veremos florecer
a nuestro alrededor una comunidad.
En efecto, la palabra de Dios vivida y comunicada produce este
milagro: da origen a una comunidad visible, que se transforma en levadura y sal
de la sociedad, testimonio de Cristo en cualquier rincón de la tierra.
Chiara Lubich
La imágen es un óleo sobre tela de MaríaPía.
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