que yo les anuncié” (Jn 15,3)
Pienso que al escuchar esta determinante palabra de
estímulo de Jesús, el corazón de los discípulos se haya estremecido. Qué maravilloso
sería si nos la pudiera dirigir también a nosotros. Tratemos de comprenderla
para poder ser dignos de ella.
Jesús acababa de presentar la comparación de la vid
y los sarmientos. Él es la verdadera vid, el Padre es el viñador que cercena
los sarmientos que no dan fruto y poda a
aquellos que dan, para que den más aún.
Una vez explicado esto, afirma: “Ustedes ya están limpios...”.
¿A qué pureza se refiere?
A esa disposición de ánimo necesaria para estar
frente a Dios, a esa ausencia de obstáculos (como, por ejemplo, el pecado) que
se oponen al contacto con lo sacro, al encuentro con lo divino. Para alcanzar
esa pureza se necesita una ayuda de lo Alto.
Ya en el Antiguo Testamento, el hombre había tomado
conciencia de su incapacidad de acercarse a Dios contando sólo con sus fuerzas.
Era preciso que Dios purificase su corazón, le diera uno nuevo.
Un hermoso salmo dice: “crea en mí, Dios mío, un
corazón puro”.
Para Jesús hay un medio para ser puros: su Palabra.
Esa Palabra que los discípulos oyeron, a la que adhirieron, los purificó. En
efecto, la Palabra de Jesús no es como las palabras humanas. En ella está
presente Cristo tal como, de otra manera, lo está en la Eucaristía. Por ella
Cristo entra en nosotros. Al aceptarla y ponerla en práctica se hace posible
que Cristo nazca y crezca en nuestro corazón.
Pablo VI decía: “¿Cómo se hace presente Jesús en las
almas? A través de la comunicación de la Palabra pasa el pensamiento divino, el
Verbo, el Hijo de Dios hecho hombre. Se podría afirmar que el Señor se encarna
dentro nuestro cuando aceptamos que la Palabra viva en nuestro interior”.
La Palabra de Jesús es comparada también con una semilla
echada en lo íntimo del creyente. Al ser acogida, entra en el hombre y, como
una semilla, se desarrolla, crece, da fruto, “cristifica”, nos hace conformes a
Cristo.
Interiorizada de esa manera por el Espíritu, la
Palabra tiene la capacidad y la fuerza para mantener al cristiano lejos del
mal: mientras permite actuar a la Palabra es libre del pecado y, por lo tanto,
puro. Pecará solamente cuando dejamos de obedecer a la verdad.
¿Cómo vivir, entonces, para merecer nosotros también
el elogio de Jesús?
Poniendo en práctica cada Palabra de Dios,
nutriéndonos instante tras instante, haciendo de nuestra existencia una obra de
permanente reevangelización: para llegar a tener los mismos pensamientos y
sentimientos de Jesús, para revivirlo en el mundo, para mostrar la divina
pureza y la transparencia que da el Evangelio a una sociedad a menudo enredada
en el mal y en el pecado.
De ser posible (es decir, si
otros comparten nuestras intenciones), durante este mes tratemos de poner en
práctica particularmente esta Palabra que expresa el mandamiento del amor
recíproco. De hecho, para el evangelista Juan, que refiere la frase de Jesús
hoy considerada, hay relación entre la Palabra de Cristo y el mandamiento nuevo
ya que es en el amor recíproco donde se vive la Palabra con sus efectos de
purificación, de santidad, de ausencia de pecado, de frutos, de cercanía con
Dios. El individuo aislado es incapaz de resistir mucho tiempo los apremios del
mundo, mientras que en el amor recíproco encuentra el ambienta sano, capaz de
proteger su autentica existencia cristiana.
Chiara
Lubich
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