“Si tú lo dices, echaré las redes”
(Lc 5,5)
Al terminar de enseñar, sentado en la barca, Jesús le dijo a Simón y a sus compañeros que echaran las redes al mar. Simón, si bien respondió que habían trabajado la noche entera en vano, agregó: “Pero si tú lo dices, echaré las redes”.
Y, una vez echadas, se llenaron de tantos peces que estaban a punto de
romperse. Fueron entonces otros compañeros para ayudarlos y llenaron tanto
también ellos las barcas, que casi se hundían. Simón, muy asombrado, tal como
estaban sus compañeros Santiago y Juan, se echó a los pies de Jesús y le pidió
que se alejara de él, porque era un pecador. Pero Jesús le dijo que no temiera,
que de ese momento en adelante sería pescador de hombres. A partir de ese
momento, Simón, Santiago y Juan se convirtieron en sus discípulos.
Esta es la narración de la pesca milagrosa, que simboliza la futura
misión de los apóstoles. La manera de comportarse de Pedro es modelo no sólo
para los demás apóstoles y para quienes los sucederían, sino para todo
cristiano.
Después de una noche infructuosa, como experto pescador que era, Pedro
hubiera podido sonreír y rechazar la invitación de Jesús a echar las redes de
día, en el momento menos propicio. Por el contrario, yendo más allá de su
razonamiento, confió en él.
Se trata de una situación típica por la que también hoy todo creyente,
precisamente porque lo es, está llamado a pasar. En efecto, su fe es probada de
mil maneras.
Seguir a Cristo comporta decisión, compromiso y perseverancia, mientras
que en el mundo en que vivimos todo parece invitar al relajamiento, a la
mediocridad, al “dejar pasar”. La tarea parece demasiado grande, imposible de
alcanzar, ya fracasada desde el vamos.
Es necesaria, entonces, la fuerza para ir adelante, para resistir el
ambiente, el contexto social, los amigos, los medios de comunicación.
Es una prueba dura que hay que combatir día tras día, o mejor dicho
hora tras hora.
Pero si se la enfrenta y se la acepta, nos hará madurar como
cristianos, nos hará experimentar que las extraordinarias palabras de Jesús son
verdaderas, que sus promesas se realizan, que se puede emprender en la vida una
aventura divina mil veces más fascinante de lo que puede imaginarse, y que
podemos ser testigos, por ejemplo, de que mientras en el mundo la vida es a menudo
penosa, chata e infructuosa, Dios llena de todo bien a quien lo sigue, le da el
céntuplo en esta vida, además de la vida eterna. Se renueva la pesca milagrosa.
¿Cómo poner en práctica esta Palabra?
Haciendo nosotros también la opción de Pedro: “si tú lo dices…”. Tener
confianza en su Palabra; no dudar de lo que nos pide. Es más, apoyar nuestra
conducta, nuestra actividad, nuestra vida sobre su Palabra.
Construiremos así nuestra existencia sobre lo más sólido que hay, lo
más seguro, y contemplaremos asombrados que precisamente donde todo recurso
humano desaparece interviene él; y que donde es humanamente imposible, nace la
vida.
Chiara Lubich
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